sábado, abril 28, 2007

El Desprecio

Dicen que el hombre vive de recuerdos. No me acuerdo quién lo dijo, o por qué, ni
siquiera sé si lo dijo algun presonaje de renombre. Lo cierto es que parece ser casi verdad. El cuerpo humano necesita, sin duda, de materialidades como el aire, el alimento, el abrigo,
y algunos dicen que hasta el sexo, para mantener el correcto funcionamiento. Pero el
interior de cada uno (sin hablar de esencia o existencia), me refiero quizás a lo
propio-característico, a ese algo parecido a la estabilidad consciente, o lo que sea que se
mueva dentro de la cabeza: eso a lo que me refiero necesita sin duda de sus momentos, sus
memorias propias. Porque ni siquiera los sueños o las promesas te mantienen despierto. Uno
sólo puede decir que "tuvo", alguna vez todos "tuvimos". La vida, a eso mimso voy, se
convierte en mera probabilidad frente al futuro. Ni siquiera nuestro cuerpo es certeza. "Nada existe", como diría un pesimista, y sólo nos queda el lenguaje para hablar de lo que
fue.

Pareciera ser que, dentro de este marco de probabilidades y alternativas, la gente
comienza a cambiar. Para bien o para mal, hacia arriba o hacia abajo, siempre estamos en
movimiento. Y sería ideal pensar que el individuo tiende a la mejora, a la creciente
madurez; si nos ponemos religiosos podemos hasta decir que el hombre va irremediablemente
hacia la divinidad. Pero siempre se mantiene atado a nosotros eso llamado "carácter": la
piedra angular, el ancho de los lentes con los cuales miramos el mundo. Un árbol puede
crecer muchos metros, puede ser podado, puede hasta secarse, pero siempre tendrá las raíces
en el mismo exacto lugar. Pues necesitamos obviamente un piso sobre el cuál comenzar a
crecer. Esto es irreprochable, casi un axioma. Y la memoria sirve justamente para eso, si es
que pensamos pragmáticamente. Al mirar atrás podemos pasar por todos los cambios de atuendo, hemos probado con miles de peinados, hemos conocido y olvidado un montón de nombres, direcciones, y ya sea que seamos niños o adultos, violentos o moderados, uniformados o librepensantes, ya sea que bebamos vino o fumemos pastabase, nuestras credenciales mantienen el mismo nombre impreso.

Yo conservo muy buenos recuerdos. He tenido muchos amigos, he mantenido contactos, he
formado otros nuevos. Pero me es dificilísimo olvidar risas. Siento que los recuerdos, más
que los sueños, más que la nula esperanza, y tal vez por un esfuerzo consciente, han regido
mi vida. Y puedo decir (descuidando del orgullo) que he estado en muchos lugares: he estado
lejos y cerca, solo o muy solo, en lo básico, en lo medio o en lo otro. Pero los recuerdos y
el carácter me siguen a todas partes. Puedo decir casi con soberbia que sigo siendo el
mismo, aunque me haya crecido barba y aunque mi ideología siga en proyecto. Y muchas veces,
casi todos los días, me levanto de la cama echando de menos.

Todos somos erróneos. Todos somos probables. Todos somos carencia. Todos aprendemos
tarde o temprano lo siguiente: que la vida no es ni debe ser fácil, y que sólo por el hecho
de ser, fundada muy a nuestro pesar en la incertidumbre, lo cierto es que sigue siendo,
siempre. Y es en esa realidad en la que seguimos estando siempre juntos.