viernes, noviembre 08, 2013

Húndanse las palabras plateadas, el mármol
el andamiaje honoral y la gloria política
de estas tierras vaciadas de tierra.
Húndase todo Chile y su historia en mis ojos.
Se apaga serena, se deshace
la carretera de todas nuestras apuestas celestes
los pronósticos novelescientos
la magia anticipada del arcoíris social
y todo lo que nos prometió la literatura.

Cabalgantes, motorizados, fueron así
apareciendo los ejes de la modernidad
el desenlace fatal de la empresa aristotélica
y se instaló con furia y tempestad la rueda maligna
de los siglos de los siglos
Jesucristo el comandante en jefe de la riqueza
Yo soy
el obispo de las raíces a medio digerir
el confesionario de las ciudades de nieve
en pleno verano de la depredación eléctrica
cuyo umbral es un palacio ultramarino, la longitud.

Me hundes, Santiago de mis manos, entre
las sábanas oficiales del espasmo.
Médicos negros pululan en tus extremidades
repartiendo cáncer en lo humano
y he callado ya mucho tiempo esta incomodidad
con tus mujeres que no visten lo que visten
y lo veo que rebasan su propio mito;
esta rabia, ciudad de la humareda, con tus hombres
flacos como su aspereza
y que han hecho del alcohol su última bandera
desesperada infinita.
No existe nadie entre uno y otro de estos seres sensibles.

Qué han hecho contigo, historia de los almuerzos
y las familias.
Atrás ha quedado Allende y los hielos glaciares,
los trenes, el siglo XIX, el rock and roll,
la carne y el vino de este sur del mundo.
Los barcos, la fruta nacional, Charles Darwin.
El amor de una mujer es lo que tuve
y las rodillas hundidas en la flor de la galaxia.

martes, noviembre 05, 2013

El desenfado general de los libros,
todo lo que se observa durante
una infancia y media, antes de la plomiza adultez
su advenimiento lento,
y el infinito pensar y
el pensar en el infinito pasar de la materia
y su honda paciencia.

Por qué me sigues, mugre internacional,
capital financiero, desertificación de la fuerza productiva del país.
Qué hay en mí
más allá de mi carne
divorciada ya casi de la métrica decimal.
Déjame solo si ya estamos todos solos y fríos
y dudando y
saludando más bien como diciendo adiós.

Caerás, gobierno del barro, y será bello,
y se hablará en pasado de aquel tiempo
en que prometíamos y jurábamos y ofrecíamos
nuestras penas a la nebulosa sentencia de un cálculo
que quiere vestirse de hecatombe.
Hay un guiño aquí al futuro que fue pasado
y luego fue muralla y muro y luego fue
ruina a fuerza de hambre.

Pero están oxidados todos los huesos de la moral cristiana
y nuestra situación de ser una extremadura.
Está frío este cuerpo que es mi época
y es escaso para sí mismo.
Porque es metal antiguo y piedra bajo las aguas.
Su apellido es hoy en día maleza.

Me engaño pues veo y reconozco
entre mis pieles un espíritu
que luce como el mundo pero es opaco
y cómo ha enflaquecido y se junta tierra entre sus párpados.
Allá va, lejos, va subiendo
la fama de escritores y políticos,
mientras el hambre y el sudor
y todos los lamentos del tiempo físico y circular
se hacen costra entre un siglo y otro siglo.
Caerás, yo supongo, imperio de los filántropos,
habrá que deshacerte desde tus vértices
moneda tras moneda
hacer que se contraigan tus dedos de araña
paraíso ridículo, peladero de las mentes, hogar en estado de sequía,
serás un árbol descreciendo hasta escindir la semilla
de sí misma.