sábado, octubre 28, 2006

En algún lugar aún mantengo los ojos muy juntos, respirando los anhelos y postergando cualquier indicio de malestar. Por ahora sólo siento la velocidad rasgando con prisa los oídos. No sé de quién ni porqué escapamos, pero sé que lo hacemos juntos. El camino es difícil, burlesco, y el sol de la vieja tarde no se preocupa mucho en hacerse notar. Hace no mucho dejamos atrás algo parecido al hoy de hoy: mucha calle, algo de gente sin ojos ni narices, paredes y más paredes. El camino se ha prolongado inexplicablemente sobre el mar, sí, un mar sonriente y fresco, dulce, esos de los que uno mira y, en el fondo, más hondo, se olvida de ser como siempre ha sido. El camino, bien decía, continuaba y quebraba su perfección en una peligrosa curva, justo en medio de un ojo inmenso de mar.
El otro día, recuerdo estar frente al espejo, lo que no es novedad, ya que acostumbro a pasar una buena fracción del gran tiempo limando asperezas entre yo y yo, como dos grandes piedras colgando de mi garganta, u oprimiendo el cráneo desde adentro. Pero un día, estando parado frente al espejo, desnudo, confundido, quizás a causa del sueño o de la monotonía o hasta de la misma irrealidad que me invadía (y me invade en momentos como este), comencé a sentir mi reflejo liberándose de lo mío, para así volcarse a lo suyo propio. El espejo me mostraba otras cosas, yo muy quieto y mi doble muy cambiante, derritiendo la única superficie que nos separaba de la unión, la perfección. Hundía sus ojos que me invitaban, muy femeninos, y yo hundía mi mano para pasar. Por un segundo me sentí real, más allá, me sentí enteramente yo.

La ciudad nos despedía, a tí y a mí por igual, y veía el sol temblar sobre el agua, así como te veía temblar al lado mío, así como yo mismo temblaba, así como el suelo quedaba atrás a velocidades desesperantes. El camino posó su codo en un bloque de agua fría, y sin darme cuenta caíamos ridículamente, lentos pero tranquilos. Caía, yo caía, y tú conmigo, lo que me duele tanto más. Una vez en el fondo sentí tu mano que me calmaba. La falta de oxígeno era lo de menos, en aquel momento me importó únicamente salir a flote, y que me vieras reír, refrescado.
Como si la prisa de pronto se perdiera, en un reflejo de sol, como si la intemporalidad cesara, olvidé por qué huíamos, de quién. Al despertar, uno piensa en lo de siempre.

viernes, octubre 20, 2006

Status

Igual que gráficos en clímax al cuadrado, la curva enérgica
envejece y cómo disfrutamos,
ilusos que prefieren flotar en aires de Virgo,
mirar el horizonte con la mente almidonada,
mientras son otros los que besan brasas
o caminan por sobre la línea de fuego
con el tiempo maduro goteando de a poco
su vil existencia
por las narices.

miércoles, octubre 11, 2006

1:47

Podrías llenar de auriculares tu casa
Esperando, quién sabe, un hola
Un quizás
Un de pronto
Un mañana
O un adiós, de la mano del velorio más honesto.
Colgando de mi techo está la semana,
Con la soga al cuello, quitándole sueños a goterones
Y fundiéndolos en el charco de sangre
Donde mis pies descansan satisfechos.

Seis pies bajo tierra estoy yo de nuevo,
En el patio, comiendo raíces o discutiéndole
A una piedra sabia.
Ahí doy a parar luego, siempre,
No sin antes redactar el día
Nuevamente,
El de después, y los que siguen,
Con palabras tan ambidiestras como torpes.

En el baño, muertas las horas,
Tus horas,
Las horas mías, con las venas sueltas sobre el piso limpio
Bien peinadas, haciendo maletas y despidiendo con labios púrpura
A sus horas queridas.
Yo me sacudo la tierra de los hombros,
Me limpio la lengua a cuchillazos
Para abrir mi ventana sin mayor timidez,
Para abrir mis ojos de a uno, solemnes,
Con la promesa de volver hirviendo en la cocina,
En la olla más triste que pude encontrar.

jueves, octubre 05, 2006

el Fin del mundo

Cae la piedra y la recibo en vidrio torcido
De frente sobre mi dedo
De izquierda a derecha
Al tiempo que siento las páginas llorar en vano,
Darse vueltas buscando porvenires,
O lamiendo el fierro del pasamanos,
Comprando el perdón en tiendas fronterizas.

Caen de a uno los vidrios primogénitos
Como gotas de quien llueve
Sobre su sangre de leche derramada.
Vuelvo la espalda a los cuadros modernistas,
Tocando con mi dedo la nariz del posmoderno,
Ante la certeza de saberme
Todavía,
Y a pasos del nunca jamás.

Con espejos rotos sobre el hombro
Con el filo sobre las sienes
Y los lejos esperando inciertos,
Doy media vuelta, maldito aún,
Consciente del escape
Y del suicidio en masa de los relojes desesperanzados.